Los partidos políticos después de las crisis

Muchos analistas han coincidido que la crisis que estamos padeciendo sobrepasa el campo económico. En España, la política también está pasando por una mala época debido a la pérdida de credibilidad provocada por el estilo egoísta y poco transparente de algunos que ostentan cargos públicos. La mirada de la realidad puede llegar a ser apocalíptica si nos fijamos en los casos de corrupción, las batallas internas por el poder, las promesas incumplidas y las duras decisiones tomadas para frenar el déficit. No es el mejor momento para pedir confianza en el sistema, la mala praxis nos ha llevado a un callejón con una única salida de la que todas las formaciones deberán preocuparse y que no tendrá vuelta atrás. Me refiero a otra manera de hacer las cosas, sin prevalecer el interés partidista por encima de la comunidad, con la responsabilidad de quién deberá dar cuentas de todos sus actos con responsabilidad y transparencia.

El movimiento del 15M es la conciencia de mucha parte de la ciudadanía de este estado, que independientemente que haya salido a las calles a manifestarse, no tolerará más actos impropios de ningún partido o político como hasta ahora. Recordemos que los llamados indignados nacen de aquí, de un territorio que ha visto como elementos elegidos en la urnas han vuelto a ganar después de corromper. Un diagnóstico que cualquier observador internacional se consternaría de ver como un pueblo acaba eligiendo un gobierno decadente para servirle. Los partidos han conseguido crear un principio de sospecha en la mente de la gente, pocos se fían de lo que les dicen porqué muchos han manifestado una cosa y después han hecho lo contrario. Aún hay grupos que no han entendido que las políticas de despacho para repartirse el pastel han terminado, algunos tienen unas dinámicas que han arraigado con tal fuerza que les es casi imposible pararlas.

Más que nunca estamos en la era de la información, y diría de la suprainformación. Encerrarse en un despacho no es la solución para comerse el pastel. La actitud de toda organización tiene que responder a las necesidades de la época en la que está, debe evolucionar y saber cómo comunicarse entre todos sus públicos. Internet ha impulsado nuevas maneras de relacionarse, de llegar a conocer y divulgar lo que hasta ahora pensábamos que era propiedad de unos pocos. Nunca había tenido tanta importancia la opinión de los ciudadanos como hoy, ellos forman parte de la información y su participación és indispensable en todo proceso organizativo. Pocas decisiones se pueden tomar ya de manera unilateral sin conocer lo que piensan los beneficiarios finales de toda acción.

En Valencia, hay la coalición Compromís (Bloc Nacionalista Valencià, Iniciativa del Poble y Esquerra Ecologista) que puede llegar a ser decisiva en poco tiempo. Lo demuestran los buenos resultados  en las pasadas elecciones autonómicas -seis diputados-, locales -tercera fuerza en número de regidores- y generales -con un diputado-. Tal y como explica el periodista Salvador Enguix en el artículo Compromís gana terreno, el éxito de la formación se debe a tres factores: a la capacidad de los nacionalistas de articular un discurso nuevo e integrador, la facilidad de moverse en las redes sociales y la complicidad entre Compromís y la calle. La imagen que desprenden sus militantes y altos cargos es de unidad que no tienen los socialistas. Por eso, de alguna manera una parte de la iniciativa política de la izquierda es suya, hasta el Partido Socialista del País Valencià se ve obligado a seguir la línia marcada por la coalición.

Después de las crisis -en plural- la política española no puede estar dirigida del mismo modo, la actividad pública es una tarea noble que no puede olvidar el servicio que debe a la comunidad. La democracia debe avanzar por este camino, el viejo sendero de lo que fue la política en sus orígenes y que ha ido desvirtuándose con el tiempo. Comparto la opinión del diputado Carles Campuzano cuando dice que la antipolítica es la antesala de todos los totalitarismos. Necesitamos revitalizar a fondo el sistema democrático, dotándolo de más vigor y calidad. Tenemos aún mucho trabajo por delante, tanto dentro de los partidos como en la regeneración democrática de las instituciones.

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