En menos de una semana empieza la campaña electoral. Dejamos atrás el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, unos años que intentaban cerrar la era Felipista tanto en el PSOE como fuera del partido, y digo intentaban porqué, al fin y al cabo, sólo han sido un paréntesis. Es difícil definir con tan poca perspectiva temporal los dos gobiernos de Zapatero. Está claro que no pasarán a la historia por una buena gestión política. En estos casi ocho años, el ejecutivo socialista ha aprobado 308 leyes, cien menos que en la etapa de su antecesor José María Aznar. El ahora Presidente, cuando fue elegido en los comicios del 2004 tenía claro que uno de sus principales objetivos sería devolver a España las políticas sociales que habían escaseado en anteriores legislaturas. Así, los primeros cuatro años fueron los más progresistas consiguiendo aprobar en tan solo este tiempo 167 leyes, de las que destacan la Ley del Matrimonio Homosexual, la de Igualdad, la de Memoria Histórica y la Ley de Dependencia.
Fueron buenos años los de la primera legislatura, una época de bonanza sin que la crisis molestase lo más mínimo. Por ese motivo, Zapatero no dudó en tirar para adelante propuestas sociales muy populares que le darían un amplio apoyo de la ciudadanía. Por ejemplo, aprovó el incremento del Salario Mínimo Interprofesional de 460 euros en el 2004 a 600 euros en el 2008, aumentó el presupuesto para I+D+i en un 25% cada año, y creó el “cheque bebé” que concedía a los padres 2500 euros por hijo nacido. Pero el famoso “talante” que puso de moda Zapatero no duraría para siempre. La segunda legislatura empezó con mal pie debido a su falta de visión en reconocer la crisis que todo el mundo pronosticaba. Le costó dejar de lado el argumento de la “recesión económica” para ver que la cosa iba más en serio de lo que pensaba.
Rodríguez Zapatero estaba en una nube, las cosas le estaban saliendo más o menos bien y no quería cambiarlo por nada del mundo. Los mercados ya avisaban de la difícil situación que nos venía encima pero, aún así, el Presidente del Gobierno decidió tomar más decisiones de política social tirando de las arcas del Estado. El paro empezó a crecer. El ejecutivo español iba a la deriva, con un Ministro de Trabajo que aseguraba que los parados no sobrepasarían los cuatro millones y una Ministra de Economía que antes que nadie ya veía los “brotes verdes” del final de la crisis. Y a todo esto se le tiene que sumar la falta de una estrategia de comunicación y de profesionales con el suficiente poder como para corregir esa situación. El carácter presidencialista de Zapatero impedía que entraran consejos que no fuesen de su núcleo más cercano, sin duda un gran error.
El mayo del 2010 en una comparecencia en el Congreso de los Diputados, Rodríguez Zapatero, presionado por los mandatarios de los principales païses europeos como Alemania y Francia, tuvo que anunciar el fin de algunas políticas sociales que había creado y abanderado unos años antes. Congeló las pensiones, redujo el sueldo a los funcionarios y eliminó su “cheque bebé”. La cara del Presidente lo decía todo. Ahí terminaba lo que caracterizó el “talante” del nuevo socialismo español liderado por Zapatero. Aquellos de la oposición que en su momento pusieron el grito en el cielo por las medidas aprobadas por el gobierno, ahora también lo ponían al criticar al ejecutivo de ir contra sus propios ideales. Desde entonces, el Jefe del Gobierno se sintió aún más solo para tomar decisiones que iban contra sus ideales y sin tener ni el respaldo de los sindicatos ni el de ningún partido de la oposición.
Ante la crisis galopante y el sin rumbo del gobierno, estaba cantado que la candidatura para encabezar las listas del PSOE para las próximas Elecciones Generales no mirarían a Zapatero. La figura de su líder se había consumido. Entonces la maquinaria interna socialista tuvo que escoger un candidato con el suficiente carisma y la máxima credibilidad para enfrentarse a una campaña dura por las decisiones tomadas por un gobierno de su color, y delante de una crisis que hace caer a casi todos los gobiernos que se encuentra. Y ese ha sido Alfredo Pérez Rubalcaba, un hombre de aparato y camaleón que ha sabido superar todos los baches por los que se ha encontrado en el camino. Pero esta vez se enfrenta al bache más difícil con el que se haya encontrado nunca. Ganar es casi imposible, así que, entre todo lo malo, luchará hasta el final para llegar al panorama menos malo: romper la mayoría absoluta de Mariano Rajoy que pronostican las encuestas.