Estos días hay quien parece haber descubierto el debate recurrente, elecciones tras elecciones, del sentido de las campañas electorales. Los comicios generales son el mejor marco para sacar a relucir las dudas sobre el por qué de los quince días previos a la fecha de la votación. El periodista Llátzer Moix escribe hoy en La Vanguardia que publicistas y comunicadores consideran obsoleto el actual modelo de campaña electoral con las manifestaciones de profesionales del primer nivel como Toni Segarra, Isabel Coixet y Lluís Bassat. Del artículo se desprende la poca originalidad y la falta de ideas en la publicidad de campaña. Coinciden en decir que las campañas no suelen ser relevantes ni movilizadoras, que les falta la frescura suficiente para que la ciudadanía se sienta implicada. De razón no les falta pero el debate es mucho más amplio que centrar todo el peso en lo que se hace y se deja de hacer durante esa quincena.
Actualmente, el principal problema de una campaña electoral, almenos en España, es la pérdida de credibilidad de los partidos políticos. La preocupación de los españoles por la clase política se sitúa en los primeros lugares del ranking del CIS, un dato que ha ido empeorando en los últimos años. Con esa premisa es difícil poder romper la percepción inicial del ciudadano con cualquier slogan o candidato. La mala imagen generada por los políticos, sobretodo debido a los casos de corrupción y los intereses partidistas, han provocado una falta de confianza y credibilidad que afecta a su discurso y entorpece la emisión de cualquier mensaje. Aún así, satisface ver como la participación se mantiene respecto a las últimas Elecciones Generales, según apuntan la mayoría de encuestas.
Esta campaña está siendo aburrida y previsible. Un ejemplo es el cara a cara entre Rajoy y Rubalcaba que no sorprendió en nada. Todos los candidatos, también los de las formaciones minoritarias, tienen un discurso que no satisface a los votantes. Muchas personas coinciden en pedir aire fresco, pero nadie les escucha. Un ejemplo de la mala comunicación que se está haciendo desde las instituciones y los partidos políticos es la crítica que ha suscitado la celebración del debate electoral y la misma campaña por sus elevados costes. La política española está encorsetada y huele a rancia, en según que aspectos, y eso hay que cambiarlo.
Tal y como están las cosas, en quince días es muy difícil llegar a romper las percepciones generadas por la clase política y el entorno económico. Sin duda, la campaña de las Generales no hará decantar el voto por un candidato u otro; si no aparece un fatídico 11-M, el próximo Presidente del Gobierno ya está decidido. Lo que veremos el domingo será el respaldo que tendrá finalmente. Y en eso juegan todos los partidos ahora. El Partido Popular lucha por tener una mayoría absoluta bien amplia en la cámara baja, mientras el PSOE ha intensificado los actos de campaña para llegar al máximo de personas para conseguir reducir los escaños de su adversario.