El discurso de investidura

El hasta ahora candidato Mariano Rajoy ya es presidente electo del Gobierno español, aunque en su discurso de investidura parecía más un consultor económico que el líder del país. La presión de Europa y los mercados convirtieron lo que tenía que ser una oratoria simbólica y emotiva en un informe demasiado detallado de fórmulas para combatir el déficit y el paro. Todo el mundo ya esperaba medidas concretas (en plural) que imposibilitaban que hubiese la acción estrella que acostumbra a hacer un nuevo gobierno en los primeros 100 días. Obama formalizó el cierre de Guantánamo, Zapatero retiró las tropas de Irak, y Rajoy intentará dar protagonismo a la subida de las pensiones para contrarrestar tanto recorte. Mientras en algunos países de Europa la democracia ha dado paso a la tecnocracia, en España las urnas han elegido un político con perfil tecnócrata que no dará tregua a la verdad de las cuentas públicas.

Winston Churchill decía que un buen discurso consiste en un comienzo interesante y un final con chispa. Y la distancia que se mide entre ambos debe mantenerse lo más corta posible. Una buena definición que no concuerda con el que Rajoy hizo en su toma de posesión. El entorno de crisis en el que vivimos motivó un guión demasiado rígido que no permitió espontaneidad, la realidad centró demasiadas páginas sin que el optimismo futuro tuviese más frases, y no hubo ningún mensaje positivo claro. Bajo mi punto de vista, el orador tenía que seducir desde un inicio y terminar apelando los sentimientos con un mensaje motivador para llegar a la ciudadanía. Aunque las circunstancias apuntan a un pesimismo depresivo, el líder tiene que conseguir llegar al corazón, no puede quedarse solamente en lo racional.

Lo primero antes de escribir un discurso es definir a quién va dirigido, cuál es el objetivo, los mensajes principales y qué medios utilizaremos. A partir de este esquema se puede construir un discurso de cinco minutos o de una hora, es el esqueleto con el que se basará el guión, el cual tendrá todos los ítems principales y secundarios de la argumentación. El inicio y el final serán partes imprescindibles que no deben dejarse al azar, el principio debe seducir a la audiencia para conseguir su atención, y el acabamiento tiene que incluir la repetición de las ideas principales a la vez que se agita la emoción del público. El equipo de Mariano Rajoy no tuvo en cuenta o no quiso utilizar ésta metodología a la hora de confeccionar su oratoria, no le hubiera ido mal añadir elementos emotivos porqué hubiese conectado mejor con el público. Él mismo lo reconoce cuando dice “no he llegado para cosechar aplausos, sino para intentar resolver problemas“.

La narración del discurso de investidura de Rajoy fue impoluta, pero faltó ese perfil político para conectar con fuerza tanto en el hemiciclo como en la calle. El arranque recordando las víctimas del terrorismo y la primera parte centrada en los datos, no dejaron espacio para la conexión. El entre medio y final no tuvieron demasiados ejemplos cotidianos, un recurso muy utilizado para hacer comprensible algo que, de buenas a primeras, no lo es. Si el nuevo presidente no tiene todo esto en cuenta lo tendrá difícil, necesita una buena comunicación para conseguir hacer entender los duros recortes que vienen y recuperar la confianza en la política.

La cara más tecnócrata mostrada en la investidura ha dado una primera impresión de rigor y seriedad, que dadas las circunstancias es comprendida y agradecida por la mayoría de la gente. El discurso de Rajoy, aunque no ha dejado espacio para la emotividad, ha mostrado la necesidad de arrancar el diálogo entre los partidos políticos aún con un gobierno con mayoría absoluta en la cámara baja. El tono utilizado está lejos de la posición de autoridad indiscutible que utilizaba José María Aznar, pero le falta dialogar -metafóricamente- también con los ciudadanos. Una carencia que ha arrastrado siempre y así se refleja en todos los sondeos.

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